Un año y medio de cambios perdurables
03 Junio 2017
Por el Dr. Jorge R. Enríquez
Subsecretario de Justicia de la ciudad de Buenos Aires
La presidencia de Mauricio Macri llega en estos días a su primer año y medio. Es un plazo relativamente corto como para una evaluación exhaustiva, pero suficiente para marcar los rasgos más relevantes de una gestión que se propone una tarea colosal: constituir un punto de inflexión en la curva de la decadencia argentina y sentar las bases para un desarrollo sostenible, con equidad social y oportunidades para todos.
Sentar las bases. He ahí, resumido en tres palabras, el programa de Cambiemos. Sentar las bases es pensar y actuar con la mirada en el futuro; es poner en marcha obras que no inaugurará esta administración; es atreverse a pagar los costos políticos de inversiones cuyos frutos no se ven inmediatamente, pero que a la larga mejoran la vida de la sociedad: caminos, rutas, cloacas, telecomunicaciones, energías tradicionales y renovables, transporte público de calidad… Por eso no hay que esperar anuncios espectaculares en el corto plazo, que es la receta populista. El gobierno hace lo que hay que hacer, como dice uno de sus lemas.
Y, al mismo tiempo, no hace lo que no hay que hacer. No vulnera a la Justicia, no somete al Congreso, no restringe la libertad de expresión, no usa la cadena nacional, no miente con las estadísticas, no fomenta el odio ni las divisiones, no usa los recursos públicos como propios, no denigra al periodismo independiente, entre tantas otras cosas. Vale la pena este modesto inventario, porque todas esas omisiones, que son naturales en una democracia republicana, no lo eran hasta diciembre de 2015.
Un elemento central de la gestión de Cambiemos es la reinserción argentina en el mundo. En rigor, había una determinada inserción de nuestro país en la esfera global en estos años, pero muy acotada. El mundo era, para nosotros, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba, Irán. Estados Unidos y Europa se habían caído del mapa. Hoy ese penoso aislamiento se ha revertido completamente.
Tenemos relaciones respetuosas con todos los países, lo que favorece la ampliación del comercio y la radicación de inversiones, al amparo de un clima de seguridad jurídica.
Un grave problema de la larga década kirchnerista fue su legado de alta inflación. Durante el primer año de la presidencia de Macri, fue necesario sincerar los precios de distintas variables de la economía, congelados irresponsablemente por políticas populistas que solo tuvieron como resultado servicios de pésima calidad e infraestructuras en ruinas. Esa corrección imprescindible demoró la baja de la inflación, pero la tendencia ya es claramente decreciente, gracias a un Banco Central que recuperó su autonomía y actúa con seriedad.
La remoción de obstáculos tributarios permitió al campo volver a ser el motor de la reactivación, que ya está llegando, con particularidades según cada sector, a la industria.
Es necesario que este cambio copernicano se consolide en las urnas este año. No para favorecer a una persona, a un partido o a una alianza de gobierno, sino para que la Argentina pueda arrancar definitivamente. El talento y la creatividad de nuestro pueblo es un activo que las sucesivas crisis no pudieron derrotar. Solo falta que nos organicemos mejor, que seamos simplemente un país normal, para que esas virtudes se traduzcan en más inversiones, más empleos, mejores ingresos y una avanzada calidad de vida. Es inmoral que con todas las ventajas que posee en nuestro país uno de cada tres habitantes sea pobre. Ya emprendimos el camino del cambio. Pronto lo vamos a reafirmar.