Basta de mentiras
02 Septiembre 2017
Licenciado en Comunicación
“Para nada considero que sea una dictadura, es muy complejo lo que sucede ahí”. Cuando escucho a una histórica integrante de Madres de Plaza de Mayo como Taty Almeida, no salgo de mi asombro. “De ninguna manera, creo que son procesos” reconoce el actual candidato a diputado de Unidad Ciudadana, Hugo Yasky. No quisiera saber a qué procesos alude Yasky, utilizando una terminología que daña las fibras sensoriales del acervo argentino. Más aún me sorprende ver a un Premio Nobel de la Paz como Adolfo Pérez Esquivel apoyando estas opiniones.
Estamos de acuerdo en que Venezuela vive una situación extremadamente compleja. Pero ¿de qué proceso estará hablando Yasky? ¿Acaso la complejidad de la situación sociopolítica de un país permite la violación a los Derechos Humanos? ¿Acaso la defensa a ultranza a un modelo de país permite la miopía a la hora de analizar la realidad?
Lo que vive el pueblo venezolano no es ni más ni menos que una continuidad del legado de Hugo Chávez. Cuando él asumió, prometió ser el “abanderado en la lucha contra la corrupción” y quien revertiría el modelo que sustentaba al país con respecto a la exportación de hidrocarburos. Con el correr de los años populistas, la corrupción se acrecentó y el modelo se profundizó. El régimen ha mostrado su verdadero rostro.
Basta de mentiras: la situación que viven los venezolanos es una dictadura con todas las letras, porque tiene características propias de esta nefasta forma de gobernar que tanto daño hizo en la historia latinoamericana de mediados del Siglo XX.
Porque en Venezuela hay una notoria ausencia de la división de poderes. La Asamblea Nacional Constituyente no fue elegida en las urnas por el voto popular, sino que vino a dejar sin efecto las últimas elecciones parlamentarias en las que el partido gobernante había sido derrotado. Es escandaloso que la ANC y sus 545 miembros hayan sido digitados por el chavismo y respondan de forma incondicional a sus representantes. Por otro lado, la Corte Suprema no es independiente y está manejada con la precisión del bisturí del madurismo.
Porque el Gobierno asfixia a los medios desde hace tres años, cuando decidió sancionar la polémica Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, un compilado normativo que fue definido como “Ley Mordaza” por sociedades abocadas al cuidado y respeto de la libertad de expresión y de prensa como la Sociedad Interamericana de Prensa, la Human Rights Watch o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La censura a las transmisiones de la CNN hace algunos meses y el reciente cierre de la señal colombiana Caracol van en sintonía con lo que el Gobierno pretende de los medios de comunicación. Por suerte la existencia de las redes sociales nos permite conocer un poco más de la realidad venezolana, que dista de los idílicos mensajes que se exhiben desde Telesur.
Porque el madurismo se ha dedicado a entrometerse en la vida privada de las personas, ejerciendo un brutal control a través del miedo. Las imágenes de los arrestos de Antonio Ledezma y Leopoldo López dan fe de ello.
Pero lo más grave es que este Gobierno ha violado los Derechos Humanos, como ningún otro Gobierno ha hecho en Latinoamérica en lo que va del Siglo, y ha llevado a la población de una rica nación que vive del petróleo a un nivel de empobrecimiento feroz, tal como escribí en mi artículo Incendiar la Pradera. Incidentes en Táchira (cerca de la frontera con Colombia), en la prisión de Puerto Ayacucho, entre otros tantos enfrentamientos entre las fuerzas armadas y los manifestantes han dejado una cifra que supera ampliamente el centenar de fallecidos, producto de excesos en la represión, como sostienen desde las Naciones Unidas. La política destinada a reprimir el disenso político e infundir temor en la población refleja el descontrol producido por las fallas de administración del Gobierno de Nicolás Maduro.
Dejemos de lado las reflexiones engañosas: los venezolanos viven una dictadura. Basta de mentiras absurdas. Basta de desinformación. Basta de opiniones embusteras. No puede perpetuarse una dictadura en el corazón de América Latina. Esas son cosas de un nefasto pasado, un pasado que nos interpela para que tengamos memoria porque, como dije hace unos días en un programa televisivo “un país sin memoria, es un país sin futuro y sin historia”.